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A estas alturas estamos seguros de que ya no tenemos que contarte de nuestro nuevo reporte sobre inteligencia artificial con siete de las historias más importantes que hemos publicado en los últimos meses, expandidas con 21 oportunidades de diseño para informar mejores conversaciones sobre qué es la inteligencia artificial y qué preguntas tendríamos que estar haciendo. ¿No? ¡¿NO?!

A mis 38 años de edad me encuentro claramente posicionado en el campo de los millennials (tirando más hacia los millennials más viejos, quizás, pero firmemente millennial). Y a pesar de ello, en muchos de los eventos y reuniones en los que participo muchas veces sigo siendo “el joven”. Lo cual es raro, sobre todo porque mis resacas cada vez duran más y no paso mucho de mi tiempo actuando como NPC en TikTok y en consecuencia me es difícil sentirme como un abanderado de los intereses y las preferencias de la generación Z o todas esas personas que nacieron después del pico de popularidad de las Spice Girls y en consecuencia para mí no entienden nada de nada. No me malentiendan: agradezco y aprecio que la sociedad me siga considerando una voz lozana a pesar de mis dolores de espalda, pero hay algo raro en eso, algo que no termina de cuadrarme.

Y creo que no es un evento aislado. La escena de la parlamentaria neozelandesa Chlöe Swarbrick en el 2019, casualmente ignorando a uno de sus colegas mayores con la expresión “OK boomer”, se ha vuelto icónica. Swarbrick, de 25 años en ese momento, estaba en medio de un discurso en el que atribuía la incapacidad de su gobierno para responder al cambio climático a una divergencia generacional de puntos de vista, cuando esa divergencia intergeneracional entró al chat e hizo su mejor esfuerzo por silenciarla. Que la mejor respuesta posible en ese momento haya sido un meme dice mucho de las nuevas maneras en las que se expresan generaciones más jóvenes.

Por otro lado, la aparición de Shou Zi, el CEO de TikTok, ante una comisión del senado estadounidense terminó generando más preguntas sobre la capacidad real de los legisladores para entender aquello que buscaban regular, que sobre las prácticas de negocios de la empresa. Múltiples legisladores estaodunidenses han expresado su preocupación por la influencia que la compañía china pudiera estar teniendo sobre sus ciudadanos más jóvenes — una preocupación real y legítima. Pero el circo que montaron terminó siendo un ejemplo cantinflesco de la brecha global que estamos viendo entre gobernantes y reguladores y una serie de sucesivos tsunamis tecnológicos difíciles de poner en su contexto.

Para empezar, dejemos de lado los simplismos. No estoy tratando de revivir el espíritu de Manuel González Prada en su Discurso en el Politeama, gritando “¡los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”. Pero sí quiero hacer algunas preguntas sobre una brecha generacional que observo como cada vez más difícil de navegar, en la que el liderazgo de países, economías, y organizaciones está cada vez más distanciado de los intereses y las preferencias de las personas que las conforman y las empujan en el día a día, justo en el momento en el que la realidad se mueve mucho más rápido de lo que hemos sabido adaptarnos. Eso está teniendo impacto e influencia en conversaciones culturales de nivel global, y creo que no estamos dándonos cuenta del todo: problemas como el futuro del trabajo y el retorno a la oficina, la respuesta frente a la emergencia climática, la expansión de la diversidad y la inclusión, o la construcción de economías digitales, son todos problemas en los que la falta de un recambio generacional ayuda a explicar muchas de las tensiones que estamos observando.

Esto no quiere decir que las generaciones mayores no puedan adaptarse al cambio, entender la tecnología, o liderar procesos de transformación. Pero sí creo que es inevitable que, por un lado, van a sentir mayor o menor familiaridad y comodidad con ciertas nuevas conductas y manifestaciones culturales; y por otro, que van a sentir mayor o menor interés por ciertos problemas y desafíos. Las generaciones mayores tienden a prestar más atención a problemas como la inseguridad y la inmigración; las más jóvenes, a problemas como la innovación, el desarrollo económico y la emergencia climática. Este tipo de diferencias en puntos de vista terminan manifestándose en decisiones colectivas, como lo fue en el caso del referéndum por el Brexit hace unos años en el Reino Unido. Así como el Reino Unido, muchos lugares del mundo están empezando a enfrentar un problema de gerontocracia, o del gobierno de los más viejos: el discurso público, la política pública, las decisiones económicas y de negocios reflejan desproporcionadamente los intereses y las preferencias de una generación mayor que tiene un control mayoritario de las instituciones, que las necesidades y los intereses de las generaciones más jóvenes, como los millennials o la generación Z. Esa es la tensión del “OK, boomer”: la manera en la que se está expresando la frustración de generaciones más jóvenes que se ven a sí mismas excluidas del acceso a las decisiones que gobiernan su futuro. El acto de rebeldía contra la amenaza de la gerontocracia.

He estado leyendo y conversando muchísimo sobre este tema en las últimas semanas. Y hoy quiero explorarlo desde dos ángulos: en primer lugar, partiendo de la publicación de la Encuesta del Poder 2023 en el Perú, quiero intentar hacer una reconstrucción generacional de quién entendemos que toma las decisiones en el Perú y que, quizás, podemos extrapolar al resto de América Latina. Y en segundo lugar, quiero desempacar algunos de los impactos y efectos que tiene esa configuración generacional del poder y la influencia en tres frentes que hemos venido comentando en Mutaciones: la desigualdad económica, el futuro del trabajo, y la emergencia climática.

Acompáñenme a escuchar esta triste historia.

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🤔 ¿Qué pasó con la innovación después de la pandemia? Las organizaciones de América Latina tienen que superar la nostalgia por el business-as-usual y volver a desplegar esfuerzos sistemáticos alrededor de la innovación.
🧑🏽‍💻 La gran reconfiguración del trabajo. Estamos actualmente viviendo el inicio de una gran reconfiguración de lo que el trabajo significa culturalmente, de lo que queremos que represente en nuestras vidas.
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El poder es un hombre viejo

Mientras preparaba esta historia, la revista peruana Semana Económica publicaba la Encuesta del Poder 2023, un estudio anual que recoge la percepción de las personas más influyentes de la política, la economía y la cultura en el Perú. Y como al parecer no tengo nada mejor que hacer con mi vida un domingo por la mañana, decidí ponerme a buscar las fechas de nacimiento de las 30 personas que aparecen en la lista para entender cómo es percibido el poder en el Perú desde un punto de vista generacional. Y esto fue lo que encontré:

Por alguna razón es imposible encontrar la fecha de nacimiento del Ministro de Economía. Si alguien la tiene nos la pasa, porfis.

El promedio de edad de las 30 personas más influyentes en el Perú según la Encuesta del Poder 2023 es de 62 años. La persona más vieja es Mario Vargas Llosa, con 87 años, y la más joven es Keiko Fujimori con 48. Si hacemos un corte generacional, 43.3% de la lista es boomer y 36.67% de la lista es de la generación X. Según la Encuesta del Poder 2023, ninguna persona millennial ni de la generación Z está considerada entre las más influyentes del país. Un dato adicional importante: el 83.33% de la lista son hombres, contra apenas un 16.67% de mujeres. El poder en el Perú es un hombre viejo.

Pero, ¿cómo se compara esto con el resto de América Latina? De nuevo, al parecer no tengo nada mejor que hacer un domingo por la mañana, así que reuní la data comparable más accesible que pude agenciarme rápidamente: las edades de los líderes de los principales países de América Latina. Pero esta vez la comparé también con la edad mediana de la población en sus respectivos países, para dimensionar la brecha que los separa, generacionalmente, del resto de sus ciudadanos.

Y el resultado no es sorprendente, pero sí es espeluznante:

No, en serio, tuve que jalar la información de un montón de lugares. Si algo está mal me avisan. 

El promedio de edad de los gobernantes latinoamericanos es de 60 años, contra una edad mediana promedio en la región de 29 años. La brecha promedio entre los líderes y la edad mediana de sus países es de 31 años — eso quiere decir que en promedio, los líderes latinoamericanos tienen más de una generación entera separándoles de su población. Y esto se vuelve aún más grave cuando consideramos que en la lista encontramos apenas dos mujeres a través de la región.

De aquí se desprenden varias preguntas y problemas. Para empezar, la mayoría de líderes de la región se ha formado en un contexto mediático y tecnológico absolutamente diferente al que estamos viviendo ahora. Eso no los descalifica, pero sí presenta una serie de retos puntuales e importantes para la gobernanza efectiva del presente. Pero además: es también una expresión de la generación que controla en este momento la mayoría del aparato político. En muchos partidos políticos en toda la región aún se mantiene vigente y activa una generación que se ha mantenido vigente y activa por varias décadas. Esa vigencia es, al mismo tiempo, un techo para la siguiente generación, que encuentra dificultades para asumir esos roles de liderazgo político que le permitan poner nuevos temas de discusión sobre la mesa.

Obviamente esto no es determinante. Pero sí es ilustrativo y sintomático de un problema más profundo: la dificultad de nuestro liderazgo político para conectar con las preguntas y preocupaciones de la ciudadanía, y el impacto inevitable que esto tiene en la percepción de la democracia. A través de América Latina, el poder es un hombre viejo. Y eso debería preocuparnos.

Tres frentes del conflicto generacional

Cuando empezamos a darnos cuenta que la edad y la generación son una variable a considerar en la manera como se toman las decisiones en todo tipo de instituciones, empiezan a hacerse visibles ciertos patrones: podemos intentar explicar algunos cosas que hemos estado viendo en los últimos años/meses a través de este lente para ver si encontramos preguntas interesantes que hacer. Y hay por lo menos tres frentes a donde podemos mirar donde creo que está tensión se está negociando activamente.

Desigualdad económica y participación de la riqueza

Hace unos años, a medida que los millennials se sumaban a la población económicamente activa, se volvió lugar común llamar la atención hacia todas esas cosas que hacían diferente a las generaciones anteriores. Cómo compraban diferente, vivían diferente, consumían diferente — a menudo con el estribillo de que sus nuevos patrones de consumo estaban acabando con viejas industrias. Pero lo que no se ha hizo evidente sino hasta hace poco es que mucho de estos patrones eran más bien la consecuencia de condiciones económicas mucho más limitadas para esta generación. De diferentes maneras, los millennials se enfrentaron a un contexto económico en el cual simplemente se les hizo más difícil acceder a las oportunidades que hubieran querido, como conseguir un buen trabajo, comprar una casa, o incluso ganar su independencia y formar una familia.

Y de nuevo, esto no quiere decir que las generaciones anteriores se la hayan llevado fácil o hayan tenido acceso inmediato a cualquiera de estas cosas. Cada una ha tenido que superar sus propios desafíos — especialmente en América Latina, que experimentó convulsión política y social sumamente difícil a través del siglo XX. Pero a nivel global los millennials están viviendo las consecuencias del desmontaje de los pocos elementos del Estado de Bienestar que quedaban en pie, así como la liberalización e integración global de la economía que han empujado hacia una concentración radical de la riqueza en todo el planeta. Por eso no es coincidencia que sean los millennials quienes hayan estado conectados con movimientos como Occupy Wall Street y otros reclamos políticos por una mayor distribución de la riqueza y acceso a oportunidades a través de la economía.

Con un acceso limitado a la economía y a la riqueza, los milllennials empezaron a vivir de otra manera: por ejemplo, persiguiendo menos un ideal tradicional de familia y pensando más en estilos de vida alternativos, o en el cuidado de mascotas como vehículo para crear núcleos familiares.

El gobierno de las organizaciones y el futuro del trabajo

Muchas de las nuevas tendencias en culturas de trabajo de los últimos años han sido el resultado de la irrupción en el espacio laboral de la generación Z con una serie de valores y expectativas no solo muy diferentes a las existentes, sino en muchos sentidos diametralmente opuestas a las de generaciones anteriores. La generación Z nos trajo el quiet quitting, o la impronta de saber establecer y defender límites a cuánto nuestro trabajo consume nuestra vida personal — e incluso cuánto llega a convertirse en un aspecto de nuestra personalidad. La generación Z ya no está dispuesta a “pagar derecho de piso” o a “ponerse la camiseta”, y eso debería llevarnos a los demás a pensar si “ponerse la camiseta” fue en algún momento una buena idea.

TikTok está lleno de evidencia de cómo la generación Z simplemente rechaza las expectativas acostumbradas del espacio de trabajo — y cómo por eso están siendo acusados de flojos o engreídos por las generaciones mayores, especialmente por la generación boomer que se formó con un sentido de devoción hacia el trabajo. No hay batalla donde esto se haga más evidente que en la resistencia a los mandatos al retorno a la oficina: en casi todos los casos, estos mandatos están viniendo de líderes boomer que están acostumbrados a que el trabajo y las organizaciones funcionen de una cierta manera, y que ven las nuevas formas de organización con un cierto nivel de desconfianza. La gran reconfiguración del trabajo es en buena medida un recambio generacional: de una cultura dominada por métodos de gestión boomers centrados en la presencialidad, la jerarquía, y el control, hacia una nueva cultura del trabajo en la que millennials y generación Z han podido experimentar los beneficios de la flexibilidad y la autonomía como resultado de la pandemia.

Puesto en simple: muchos jefes boomers están acostumbrados a gestionar a sus equipos pudiendo verlos en persona y coordinándolos en reuniones. Muchos trabajadores millennials y gen Z están más cómodos con la tecnología y la posibilidad de poder moverse con mayor flexibilidad. En muchos casos (y ciertamente no en todos), la “preocupación por la cultura” es, en el fondo, la defensa de una forma generacional de entender el trabajo y el espacio que debería ocupar en nuestras vidas.

La respuesta a la emergencia climática

Quizás donde vemos mayor divergencia es en la atención que se le presta a la emergencia climática y a la necesidad de transformar sistemas económicos y estilos de vida para responder a una amenaza existencial. La verdad de la milanesa es que son las generaciones más jóvenes las que tendrán que cargar realmente con el impacto de la emergencia climática; son, por lo mismo, quienes están muchísimo más movilizados y radicalizados en llamar la atención hacia la importancia de generar acción colectiva al respecto.

Pero a pesar de la creciente y preocupante tangibilidad de esta emergencia, y a pesar de los pasos en la dirección correcta que podemos haber visto de parte de las organizaciones en los últimos años, estamos muy lejos de estar avanzando con velocidad suficiente como para tener una respuesta efectiva. Mientras escribo esto, la ciudad de Nueva York está inundada como resultado de lluvias inesperadas. Y la frecuencia y gravedad de estos fenómenos extremos no ha sido suficiente como para movilizar a los líderes globales y a las grandes organizaciones que cargan con la responsabilidad mayor en esta transformación a realizar los cambios que son necesarios en sus cadenas de valor y modelos operativos.

Es difícil no ver esto como una divergencia generacional. Desde los 15 años, la activista sueca Greta Thunberg se ha dedicado a criticar a los líderes globales por su falta de compromiso suficiente para responder efectivamente a la crisis; por eso, se ha ganado la censura e incluso el ridículo de personas mucho mayores que la ven con condescendencia. Pero a la hora de la hora, la reacción de Thunberg ante la emergencia climática es la única reacción razonable para alguien de su edad: las personas con la capacidad de hacer algo al respecto no solo no están haciendo lo suficiente y necesario, sino que no tendrán que cargar personal y directamente con las consecuencias. Las generaciones mayores no tienen ningún incentivo real para preocuparse de manera personal por la emergencia climática ni para hacer los cambios necesarios en su conducta y en sus organizaciones. Ante la persistencia de la inacción, lo único razonable es que las generaciones más jóvenes terminen adoptando posturas cada vez más radicales para generar cambios reales y sistémicos. La paciencia y los canales establecidos simplemente son demasiado lentos como para poder responder a la urgencia de la situación.

Escapar de la gerontocracia

Hay un límite a cuánto podemos jalar el hilo de las categorías generacionales para explicar los fenómenos del mundo. Especialmente en América Latina, hablar de “boomers” y “millennials” y demás no alcanza por completo para describir nuestras experiencias del día a día bajo procesos históricos que han sido diferentes a los de Estados Unidos y Europa.

Aún así, toda categoría siempre tiene límites e imprecisiones. Y a medida que pasa el tiempo y participamos cada vez más activamente de culturas mediáticas cada vez más integradas, al final terminamos viendo todos los mismos memes, en un idioma o en otro. El margen de error para la aplicación de estas categorías generacionales se reduce en el tiempo, y podemos empezar a ver sus matices locales y regionales. Creo que perdemos el tiempo si nos entrampamos en la discusión sobre si alguien realmente es boomer o generación X o lo que fuera, si eso nos distrae de preguntarnos por cómo las brechas generacionales están afectando la manera en la que las personas a cargo de nuestras instituciones y organizaciones están tomando decisiones. Y cómo las preocupaciones de las generaciones más jóvenes se están viendo recogidas y reflejadas en esas tomas de decisión.

Creo que en buena medida, si estamos viendo también un crecimiento en la popularidad del emprendimiento entre gente más joven es porque empieza a haber un giro hacia la creación de nuevos modelos y posibilidades, ante la frustración por encontrar un espacio y reconocimiento desde los modelos existentes. Ante la percepción de un recambio limitado entre las capas de liderazgo, de un menor acceso a oportunidades en las instituciones y organizaciones existentes, las personas terminan por crear las suyas propias. Emergen infraestructuras alternativas. Redes alternativas.

Surgen también nuevos liderazgos e influencias. La Encuesta del Poder es, en el fondo, una ficción: es menos un reflejo de los ungidos, y más un reflejo de los encuestados. Es el poder celebrándose a sí mismo, y esa autocelebración es lo que se ve en los resultados: la verdadera data que analizar es a quién se le hizo la pregunta, y cómo está compuesta esa muestra evaluada. Y es altamente probable que lo que encontraríamos sería de nuevo ese reflejo del poder como un hombre viejo, ese mismo reflejo que sigue siendo consistente a través de toda América Latina.

He estado pensando mucho, mucho sobre este tema últimamente porque lo observo en el liderazgo de las organizaciones, de los partidos políticos, de las universidades, de las instituciones, y aunque debería resultar evidente que no es la única variables de análisis, creo que es una a la que no le hemos prestado suficiente atención. Pero estamos atrapados en la brecha generacional, y en muchos frentes estamos corriendo el riesgo de terminar en una gerontocracia como está pasando, por ejemplo, en Estados Unidos. Y creo que ameritará seguirlo visitando para pensar más en cuáles son las oportunidades — cómo se ven esas infraestructuras alternativas, esos nuevos liderazgos e influencias y esos espacios nuevos que será necesario abrir para introducir nuevas ideas y preocupaciones en el discurso público.

Para que el poder deje de ser solamente un hombre viejo.


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