Los años de la pandemia han sido horribles en todos los sentidos. Pero si algo nos llevamos de ese tiempo (además de encontrar de pronto mascarillas usadas en todos nuestros bolsillos) es que muchas personas descubrimos que otras formas de vivir la vida eran posibles — incluso, que eran necesarias. El encierro fue difícil y en muchos casos traumático. Pero nos obligó también a poner una serie de cosas en evaluación y a hacernos preguntas difíciles sobre qué es realmente importante.

De entrada hay que ser claros: la pandemia existencial es indudablemente un privilegio. Para una gran mayoría de personas a través de América Latina, la pandemia no significó encierro: significó, más bien, tener que salir a la calle en medio de una situación altamente volátil e incierta, exponiéndose al riesgo de manera continua y constante. Los altos niveles de informalidad en nuestras economías significaron que cuando más la necesitamos, no existió una red de seguridad social suficientemente sólida o extensa como para permitirnos a todos y todas cuidar de nosotros mismos y de las personas a nuestro alrededor.

Pero eso no quita que una tajada importante e inesperada de la población se encontró de pronto viviendo de manera completamente distinta: trabajando forzosamente desde casa, en compañía de familias más o menos grandes, de mascotas, de roommates. Nos pasamos dos años encerrados (meses más, meses menos) adaptando mesas de comedor en espacios de trabajo y aulas de clase, “yendo de la cama al living” como diría Charly García.

Fue para muchos un momento de descubrimiento: descubrir que de pronto recuperamos mucho tiempo para nosotros mismos, para nuestras familias. Que no teníamos que pasar una, dos, tres horas todos los días en el tráfico para ir y venir de una oficina. Que no teníamos que estar en un espacio específico para ser productivos y cumplir con nuestras responsabilidades. Que podíamos dedicar tiempo a nuestro bienestar, a hacer ejercicio, a comer mejor.

Que la vida era algo más que ir al trabajo por algo más de ocho horas todos los días.

Ahora que el mundo pareciera volver poco a poco a una cierta normalidad, para muchas personas hemos pasado del punto de no retorno. Ahora que muchas organizaciones insisten tercamente en regresar a las oficinas como si nada hubiera pasado, muchas personas están resistiendo, diciendo que eso ya no funciona. Muchas gracias, pero ahorita no, joven.

No son todas, pero son muchas y cada vez son más las personas que han pasado por una u otra forma de pandemia existencial, que están reevaluando sus prioridades y experimentando con nuevas formas de vivir su vida. Estas personas representan una categoría en sí mismas, con sus propios hábitos, preferencias, y necesidades.

Nos estamos yendo en YOLO

Como todos, mi experiencia con el trabajo remoto fue totalmente inesperada. Un día de marzo me encontré a mí mismo en compañía únicamente de mi laptop y mi taza de café, tratando de comprar el pollo y desinfectar las frutas mientras lavaba compulsivamente toda la ropa con la que salía a la calle.

Al principio me adapté lo mejor que pude, encontrando un pequeño rincón no utilizado en mi departamento, debajo de una escalera, donde instalar un escritorio en el que pudiera trabajar que no fuera la misma mesa donde almorzaba todos los días. Con el tiempo el pequeño rincón se fue poniendo un poco más sofisticado: una segunda pantalla para trabajar con más comodidad, un soporte para la laptop, una lámpara, una silla ergonómica. No era la gran cosa pero era mi pequeño rincón en el mundo.

Con el tiempo me di cuenta de que trabajo remoto y trabajo desde casa no eran exactamente lo mismo: en el momento en que uno deja de estar atado a la necesidad de ir todos los días a una oficina, las posibilidades de movilidad se vuelven mucho más amplias. Uno no tiene que estar necesariamente atado a su casa, o a una ubicación determinada.

Para mi segunda etapa de vida remota, abandoné la ciudad de Lima y me reubiqué en Punta Hermosa, un balneario bucólico una hora al sur de la ciudad donde había poca gente, poco ruido, y buen internet: un lugar ideal para armar un pequeño estudio de trabajo bajo la luz del sol y junto al ruido del mar.

Pero, ¿por qué parar ahí? ¿Por qué no seguir experimentando con mi estilo vida? Y decidí seguir estirando la liga intentando una vida itinerante por unos meses, y así me encontré facilitando talleres de manera remota en el bar de un hotel en San Sebastián a las tres de la mañana, dictando conferencias desde un cuarto de hotel en Nueva York, o conversando sobre nuevos proyectos caminando por el Bosque de Chapultepec en Ciudad de México.

“No eres la única persona que me está contando historias así”, me dijo mi psicoanalista. “Lo que pasa es que nos estamos yendo en YOLO”. Después de dos años de encierro y rodeados de tanta tragedia, hemos recordado intensamente que YOLO — you only live once, o “solo se vive una vez”. Apenas volvió a ser posible, muchísimas personas buscaron la oportunidad de volver a hacer cosas: viajar, juntarse con gente, salir en busca de todas esas experiencias que no pudieron vivir en los últimos dos años. Porque, como mucha gente me dice de manera un poco fatalista, “en cualquier momento podrían encerrarnos de nuevo”.

Las prioridades son diferentes para cada persona. Para algunas es viajar, para otras es dedicarse proyectos personales o creativos, para otras es tener tiempo para hacer deporte o actividad física. Cada quien explora y busca el espacio para lo suyo. Pero para las personas que han vivido la pandemia existencial, hay ahora una expectativa de que el trabajo se ajuste a su estilo de vida, y no al revés. “Me han ofrecido un trabajo muy interesante. Pero quieren que esté en su oficina día y medio por semana”, me contaba hace poco una amiga que es Product Manager de un producto digital y que ha descubierto una nueva pasión durante la pandemia haciendo deporte todas las mañanas. “Dealbreaker”.

Irse en YOLO en este contexto es perseguir esa fórmula: encontrar la manera de que tu trabajo se ajuste a tu estilo de vida, y no al revés.

Descubrir que la vida de oficina de 9 a 5 no es la única forma de vida posible. La psicóloga Barbara Sher publicó hace varios años un libro titulado Refuse To Choose, donde argumentaba que no todas las personas tienen por qué sentirse obligadas a seguir un solo “modelo de vida” — la manera en la que encontramos balance entre lo que queremos hacer, y lo que tenemos que hacer para ganarnos la vida. Sher ilustraba esto con una variedad de modelos posibles que se diferencian de lo que conocemos normalmente: por ejemplo, el modelo “profesor escolar”, en el que trabajas nueves meses al año para luego tener el verano libre. O al revés, el modelo “negocio de playa”, en el que trabajas durante el verano para tener el resto del año libre. O el modelo del “horario de clases”, en el que distribuyes las horas de tu semana a través de múltiples actividades, como si fueran cursos en un horario.

Irse en YOLO es tomar decisiones intencionales sobre el rol e importancia que tiene el trabajo en nuestra vida.

Vivir para trabajar, trabajar para vivir

Nuevas maneras de conectar trabajo y estilo de vida han aparecido en los últimos meses a través de conductas muy diferentes.

Una de las grandes ventajas del trabajo remoto es que brinda a los trabajadores muchísimo control y flexibilidad sobre cómo utilizan su tiempo — al menos cuando está bien implementado. Las organizaciones que tienen problemas para ceder autonomía a sus trabajadores han buscado más bien implementar mecanismos de control y supervisión que van desde organizarse de manera permanente alrededor de reuniones constantes hasta monitorear el tiempo que las personas pasan junto al teclado. Lejos de ser buenas herramientas para garantizar la productividad, estos gestos comunican a las personas que la organización no confía en ellas para cumplir con sus tareas y objetivos.

El trabajo remoto bien implementado brinda herramientas a personas y equipos para organizar su propio tiempo de acuerdo a lo que funciona mejor para el trabajo que tengan que hacer. La jornada laboral deja de ser un continuo de ocho horas (con suerte) para convertirse en bloques discretos de trabajo alrededor de otras actividades, como recoger a los hijos del colegio, ir a una cita médica, o hacer unas horas de ciclismo por las mañanas. Los equipos son quienes deciden cuál es la mejor manera de mantenerse alineados y coordinados, no la organización, y el arreglo funciona en la medida en que los equipos cumplan con todos sus objetivos.

Una respuesta un poco más tajante es la renuncia silenciosa (quiet quitting), que se volvió popular a través de historias en TikTok sobre todo de la gen Z: en esencia, “renunciar silenciosamente” es cumplir con las exigencias de un trabajo, y nada más. No quiere decir no trabajar, o hacer las cosas mal: quiere decir que cumples con tu chamba y nada más. No te “pones la camiseta”, no aceptas responsabilidad adicional que no sea reconocida y recompensada. Para los que hemos crecido bajo la creencia de que la manera en la que uno crece profesionalmente es aceptando esa responsabilidad adicional y probándose a uno mismo continuamente, esta actitud puede ser difícil de entender. Pero visto de cerca es evidencia de una relación mucho más sana entre el trabajo y la vida personal: es la capacidad para trazar límites claros entre una cosa y la otra, y es comprensible que una generación más joven vea esto como sano e importante luego de ver a las generaciones anteriores colapsar bajo el peso del burn-out y de la falta de límites sanos entre el trabajo y la vida personal.

Por otro lado, esto no necesariamente quiere decir que la recuperación de ese tiempo personal sea solamente para su uso estrictamente personal. Hay personas que más bien están yendo en la dirección contraria, y encontrando en esa flexibilidad el espacio para acomodar no uno sino dos, tres, o más trabajos a tiempo completo — en simultáneo. En América Latina, muchos trabajadores digitales, especialmente desarrolladores, aprovechan la diferencia entre zonas horarias para tener un trabajo en una región durante unas horas, y luego trabajar para otra región en otro bloque horario — y se las arreglan para cumplir con sus obligaciones en todos los casos.

En muchos casos, el “dupleteo” o “tripleteo” de trabajos existe en un área gris en términos éticos y legales, y las personas que lo practican prefieren hacerlo en secreto y sin llamar mucho la atención. Pero el hecho de que esta práctica exista ilustra un poco el sinsentido que tiene hoy la jornada laboral lineal para ciertos roles y categorías de talento.

Las ganas de ir más lento

Si bien existen las personas aprovechando este nuevo mundo de flexibilidad para trabajar más, en general la tendencia parece ir más hacia buscar trabajar menos: establecer límites más claros, proteger los tiempos y espacios personales, reforzar los límites entre lo laboral/profesional y lo personal.

Quizás no sea coincidencia que podemos encontrar evidencia de una mayor apertura hacia estilos de vida que valoran diferentes formas de lentitud — una resistencia hacia las vidas aceleradas que estamos llevando en la mayor parte del planeta. El punto de partida de la búsqueda por una vida más lenta es la creación del movimiento Slow Food en Italia en 1989, como una respuesta directa a la popularización global de las marcas de comida rápida. El movimiento Slow Food apunta a construir un mundo en el que “todas las personas pueden acceder y disfrutar de comida que es buena para ellas, buena para quienes la cultivan, y buena para el planeta”. Allí donde la comida rápida es impersonal y descontextualizada — una Big Mac es esencialmente lo mismo en cualquier lugar del mundo — la comida lenta está conectada con su lugar de origen y tiene un sentido de identidad.

Principios similares pueden encontrarse en otras industrias. El movimiento Slow Travel, por ejemplo, aboga por una relación diferente con el turismo global, menos basada en viajar por el mundo haciendo checks en una lista interminable de pendientes y más en pasar tiempo conociendo los lugares y conectando con las personas que viven en ellos — una forma más sostenible y respetuosa de pensar en el turismo que se parece a la manera en la que muchos nómadas digitales están escogiendo viajar. Existe también el movimiento Slow Fashion como respuesta directa al fast fashion y al impacto económico, social, y ambiental que están teniendo marcas como Zara, H&M, o Shein. Hablar de Slow Fashion es hablar de materiales sostenibles y prendas que están hechas para durar mucho tiempo, por encima de colecciones que son reemplazadas cada temporada.

Estamos viendo aparecer respuestas similares en nuestro consumo de medios: en tiempos de Spotify y Apple Music, la venta de discos de vinilo ha alcanzado sus niveles más altos desde los años ochenta. Si bien los vinilos son menos funcionales que casi cualquier otro formato — son poco portátiles, tienen capacidad limitada, y la calidad depende mucho del equipo en el que son reproducidos — se ha vuelto moneda común alrededor del mundo encontrar tiendas de vinilos nuevos y usados.

En tiempos de TikTok, hemos visto también en los últimos meses crecer en popularidad a BeReal, una red social diseñada intencionalmente para ser más lenta. BeReal permite a los usuarios publicar una sola foto al día, durante una ventana de dos minutos que anuncia aleatoriamente a través de una notificación móvil. De esta manera busca incentivar a las personas a capturar momentos más espontáneos y menos producidos para el consumo de audiencias imaginarias en tiempos de influencers. Es un esfuerzo, quizás ingenuo y quizás nostálgico, por volver a un tiempo cuando las redes sociales eran realmente para saber qué estaban haciendo tus amigos.

Quizás necesitamos vivir de otra manera

La pandemia existencial, la reinterpretación del rol de trabajo en nuestras vidas y la creciente valoración de la lentitud como principio cobran aún más sentido cuando hacemos zoom out para mirar el bosque — y lo encontramos en llamas. Todo esto está sucediendo en un momento en el que hablamos cada vez con más urgencia de una emergencia climática, cuando los eventos climáticos extremos son cada vez menos extremos y cada vez más normales, y cuando todo parece indicar que no estamos haciendo suficientes esfuerzos colectivos a nivel global por mitigar esta situación. La emergencia climática es el verdadero desafío existencial, el que cuestiona nuestra supervivencia como especie en este planeta.

Así como la pandemia nos ayudó a darnos cuenta de que otras formas de vida eran posibles, la emergencia climática nos está haciendo caer en cuenta de que otras formas de vida son necesarias. Finalmente la emergencia climática es una consecuencia del impacto de nuestra conducta sobre el planeta: de lo que compramos, de lo que construimos, de cómo nos movilizamos, de cómo producimos. Es nuestra forma de vida presente la que resulta insostenible a largo plazo.

Entonces tiene todo el sentido del mundo que veamos que el reclamo por estilos de vida más lentos empiece a ganar terreno. A una escala más grande, estos cambios de conducta están muy alineados con el movimiento de de-crecimiento (de-growth), una línea de pensamiento económico y ambientalista que considera que el corazón de la bestia es nuestra obsesión por el crecimiento perpetuo. Queremos que la economía, el PBI, la producción crezcan continuamente en todos los países del mundo, como si el crecimiento perpetuo fuera posible y no dependiera de una cantidad finita de recursos.

Como se imaginarán, el movimiento de-growth es considerado por muchos como demasiado radical — pero la emergencia climática que enfrentamos es también una emergencia radical. A medida que los efectos de esta emergencia se vuelven más tangibles y difundidos, crece también la atención que le estamos prestando al problema y la consciencia que desarrollamos sobre la necesidad de soluciones radicales. El decrecimiento no necesariamente es el único o el mejor camino, pero su creciente importancia es evidencia de una mayor disposición a reinterpretar las bases de nuestros sistemas económicos alrededor de la sostenibilidad.

Uno de los modelos más interesantes es el de la economía del donut (doughnut economics), de la economista Kate Raworth: una economía que tiene que diseñarse para operar entre un límite externo determinado por los recursos disponibles en el planeta, y un límite interno que representa el mínimo necesario para satisfacer las necesidades básicas de las ocho mil millones de personas que vivimos aquí. Esos dos límites forman para Raworth una forma parecida a la de un donut, y mientras nos mantengamos dentro de esos dos límites es que estaremos creando una economía que sea al mismo tiempo sostenible e inclusiva.

Solo se vive una vez

Pasar de hablar de trabajo remoto a emergencia climática puede parecer un salto un poco agresivo, pero lo que está detrás de todas estas mutaciones es que estamos cuestionando muchas verdades aceptadas sobre el trabajo, la economía, y la vida misma: la idea de que nuestro trabajo y nuestro crecimiento profesional es lo que le da sentido a nuestra vida. La idea de que vivir una vida más acelerada y ocupada es de alguna manera mejor. La idea de que nuestras economías pueden crecer infinitamente. La idea de que tenemos que ponernos la camiseta. Todo esto forma parte de un paquete, que estamos desempacando poco a poco.

Y de nuevo hay que señalar lo obvio: la alternativa no es para todos. En primer lugar porque no muchos pueden: a pesar de la escala de estas transformaciones, aún es una minoría global la que ha experimentado alguna forma de trabajo remoto en estos años. Los trabajos basados en el conocimiento y la información siguen siendo tan solo una tajada de todos los trabajos existentes, y si bien pueden tener muchísimo impacto económico no podemos ignorar que buena parte de la humanidad no participa de la misma experiencia.

En segundo lugar, porque muchos no quieren. Si bien vemos un crecimiento en el número de personas dispuestas a experimentar con su estilo de vida y probar cosas nuevas, eso no quiere decir que automáticamente todo cambia de la noche a la mañana, se acaban los 9 a 5 y las oficinas desaparecen y ahora nuestras economías se van a dedicar al decrecimiento. Pero es importante prestar atención a estos cambios existenciales que están ocurriendo con más fuerza y frecuencia, porque son señales de conductas cambiantes de las personas y de oportunidades completamente nuevas.

En los próximos años, de una forma o de otra, las preferencias de los consumidores van a cambiar de manera significativa. Sea por presiones de mercado o por presiones regulatorias, los negocios van a tener que operar de otra manera, prestando mucha mayor atención a la sostenibilidad y a la inclusión. La pregunta no es si es que esto sucederá, sino cuándo y cómo sucederá.

América Latina estará inevitablemente al centro de la transformación verde. Como una de las regiones más afectadas por la emergencia climática, vamos a enfrentar tanto la urgencia de transformarnos más rápido que el resto del planeta, como la inminencia de ver cómo el cambio climático afecta nuestros patrones de vida y nuestras conductas. La pregunta abierta es si nuestras organizaciones están desarrollando las capacidades para adaptarse rápida y efectivamente a estas mutaciones: a las nuevas maneras en las que queremos vivir y trabajar, los nuevos patrones de consumo, y las nuevas formas en las que apostaremos por construir las economías del futuro.

¿Y ahora qué hago?

Esto es un montón de información y puede resultar un poco abrumador. Lo que importa es entender que muchas de nuestras creencias colectivas están cambiando, y que podemos observar esos cambios a través de nuevas conductas emergentes y nuevos discursos que empiezan a ganar atención y centralidad. Estas preguntas están pensadas para ayudarte a discernir a qué prestarle atención en los próximos meses y cómo prepararte para posibles transformaciones.

1. ¿Estás listo para brindar flexibilidad radical?

El trabajo remoto no va a distorsionar la realidad de todas las industrias y todas las organizaciones por igual. Si tu negocio consiste en fabricar cosas, por ejemplo, la presencialidad es inescapable. Pero mientras tu negocio gire más en torno a la creación y movimiento de información, se vuelve tanto más real que el talento que necesitas tendrá expectativas mayores de movilidad y flexibilidad.

Esto quiere decir, por un lado, tener las políticas internas y las herramientas que hacen posible esa flexibilidad. Pero por otro existe algo mucho más importante: el cambio de mentalidad en la organización, especialmente a nivel de liderazgo, para ceder control y darle autonomía a los equipos y las personas para tomar sus propias decisiones para cumplir con sus objetivos.

2. ¿Qué oportunidades existen en la economía del YOLO?

Nuevas conductas generan también nuevas necesidades en las personas. Nuevas maneras de comer, de viajar, de vestirse, de comunicarse — todas estas cosas traen de la mano la necesidad por nuevos productos y servicios que resuelvan problemas que antes no existían, desde soportes para laptop y sillas ergonómicas hasta servicios que permitan a las personas cobrar su sueldo y tener seguro médico sin importar dónde se encuentren en el mundo.

Dependiendo de la industria en la que te encuentres, esto puede significar un nuevo desafío o una oportunidad — múltiples fondos de inversión de riesgo están prestando atención al “futuro del trabajo” como una categoría en la que van a surgir todo tipo de nuevas startups. Entender bien la forma específica que adoptan estos cambios de conducta puede ser un gran semillero de nuevas ideas.

3. ¿Estás listo para una transformación verde?

De una u otra manera, una transformación verde es inminente — y estamos empezando a verlo ya en la manera como muchas personas toman en consideración factores ambientales y de sostenibilidad al momento de tomar decisiones de compra, así como en los criterios que tienen en cuenta los inversionistas al buscar oportunidades. A estas alturas, es cada vez menos aceptable no tener un punto de vista y una estrategia respecto a la sostenibilidad y el impacto ambiental de una organización.

Pero aún estamos muy lejos de que esto se convierta en una lógica dominante a través de todo el organigrama, en lugar de algo que es responsabilidad de uno o dos equipos. La transformación verde es al mismo tiempo una oportunidad enorme y una necesidad postergada — pero estar a la altura del desafío requiere de identificar capacidades faltantes y de tomar decisiones difíciles para anticiparse a un futuro inminente.


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