No sé bien cómo describir la relación que estoy desarrollando con ChatGPT.
Si vienen siguiendo el newsletter de Mutaciones en las últimas semanas, o el contenido que compartimos en Instagram y LinkedIn, pues en primer lugar muchas gracias, y en segundo lugar tienen que haberse dado cuenta de que cada vez estamos hablando más y con más entusiasmo sobre la inteligencia artificial generativa y el impacto que herramientas como ChatGPT y Midjourney van a tener en el futuro del trabajo. Desde hace unos meses ya empezamos a notar cómo estos nuevos algoritmos tenían el potencial de crear nuevas realidades sintéticas, entramos más en detalle para explorar qué era ChatGPT y el impacto que tendría en rubros como la educación, y compartimos luego cómo el SxSW de este año no se cansó nunca de hablar del potencial de esta nueva tecnología.
Y la verdad que normalmente cuando me encuentro con algo así, mis antenitas de vinil empiezan a detectar la presencia del enemigo. El año pasado, cuando todo era metaverso esto y cripto aquello, el nivel de entusiasmo inevitablemente me generaba un alto grado de escepticismo. Tengo una desconfianza natural de las cosas que se vuelven demasiado populares: no entiendo por qué a tanta gente le gusta Coldplay después de su segundo álbum, no vi la serie de Luis Miguel hasta después de que salió la tercera temporada, y como política de vida trato de evitar cualquier lugar para el que tenga que hacer fila para entrar. I’m one of those people.
Pero con ChatGPT me está pasando algo extraño: mientras más dudas me surgen y más experimento con la tecnología, más valor real le encuentro. Debe ser una de las tecnologías que más rápido se han integrado en mi proceso diario de trabajo, y qué más rápido le he encontrado un valor real. Y es doblemente extraño porque mientras la mitad de mis redes sociales están alborotadas en diferentes niveles de emoción por el potencial de la genAI (inteligencia artificial generativa), la otra mitad ni siquiera se ha enterado de que todo esto está pasando. La velocidad a la que están evolucionando estas cosas es tan rápida que ni siquiera han tenido tiempo de volverse mainstream.
Así que hoy quiero compartir un poco de ese entusiasmo, para que me digan si está fundamentado o si me estoy volviendo loco y estoy empezando a crear un vínculo de codependencia con una secuencia de código. Esta semana he tenido oportunidad de correr múltiples experimentos y he quedado especialmente sorprendido con tres casos de uso que vale la pena describir con un poco de detalle porque ilustran algunas de las mejores prácticas que estoy encontrando para trabajar con ChatGPT y cómo sacarle el máximo provecho.
El primero es el diseño y la creación de Mutabot, un nuevo asistente digital que hemos empezado a imaginar en Mutaciones — con la ayuda de ChatGPT. La primera iteración de Mutabot es apenas una sesión persistente de ChatGPT con la que hemos ido refinando e iterando su propuesta de valor. Pero ya le estoy agarrando cariño.
El segundo es un ejemplo en primera persona de lo que Alejandro Matamala-Ortiz de RunwayML llamó “diseño sintético” durante el Design Matters hace unas semanas: el uso de herramientas de genAI para asistir, apoyar y acelerar el proceso de diseño, que he tenido oportunidad de explorar en el diseño de una nueva campaña de comunicación.
El tercero, quizás el más raro, es el entrenamiento de una sesión de ChatGPT usando una muestra de entradas de mi diario personal, a partir de lo cual le pedí al algoritmo que construyera un perfil psicológico sobre el autor (es decir, yo) y luego asumiera su rol para tener una conversación. Conmigo mismo.
Son tiempos bien curiosos los que estamos viviendo. Acompáñenme para conocer más de nuestras desopilantes aventuras en el mundo de los algoritmos.